EL FRAUDE DE LOS CONCURSOS LITERARIOS

Nuevamente lo vuelvo a notar.
Esta vez no de la mano de Andahazi, sino del premio Fernando Lara donde Carlos Zafón, el best seller español (y que bien se lo merece y desde aquí lo felicito, yo, que nunca lo hago con nadie), salió finalista.
Increíblemente la novela de Ángeles Caso, Un largo Silencio, fue la premiada en ese concurso.
Leí La Sombra del Viento de Zafón, y la de la señora Caso, y es inevitable me pregunte:

Si la paradoja sólo estuviera ahí me callaría la boca. Me cortaría los dedos antes de escribir. Pero en todos los concursos es lo mismo.
Los premiados, dejan mucho que desear.
El Imperio eres tú, de Javier Moro, otro libro ganador del premio Planeta que leí que es denso, comestible hasta la mitad y luego se convierte en un reciclaje intelectual de lo mismo.

Pero se alzó con un premio de varios miles de euros.
Y no dice nada, los capítulos son comestibles solo para quien quiere conocer algo de historia, para el que quiera verse transportado a la época que escoja otro libro. Abundan cientos de la época romana mucho mejor logrados.
Romance de Ciego es otra bazofia intelectual que ganó el premio de novela Histórica de unos 60 mil euros.
Y le siguen las alucinaciones de Shangri-La : la cruz bajo la Antártida de Julio Murillo.

Tienen a Carlos Zafón de ejemplo. Un hombre de mente brillante que es capaz de transportarnos en su narración muy luminosa.
Vendió más de 10 millones de ejemplares. Eso ya habla por si mismo. Escribe para el vulgo, no para un académico y reducido grupo de intelectuales de anteojos como culo de botella.
¿Hace falta otro ejemplo para ver que el jurado de los premios está comprado, cegado en su hermetismo intelectual, negado totalmente a la novedad que un libro podría ofrecer en un autor novel?

En 2011 ganó Montse de Paz el premio Minotauro, con la obra Ciudad sin Estrellas.
¿Qué tal la novela? La trama es trillada, pero la narración está bien llevada. Cuenta la historia de una ciudad que existe como dentro de burbujas, aislada de lo que hay fuera de las mismas.
Un muchacho, creyéndose el elegido, decide desafiar el sistema y salir más allá de las fronteras de la ciudad, donde dicen que sólo hay desiertos inconmensurables.
Allí encuentra que hay bosques, animales, y un sol magnífico que todo lo inunda. Regresa a la ciudad y quiere contarle a sus amigos lo que vio.
Les trae frutos de las afueras, les narra cómo son las noches con estrellas, pero, hete aquí, que el héroe se olvida algo clave: filmar, con la avanzada tecnología que dispone - y que Montse de Paz se encargó en varios capítulos de ilustrarnos - no trae ni una mísera foto para evitar el destino que pronto se alzará en torno suyo.


¿No es como contar que viajamos a la luna y volvemos sin una prueba de dicho viaje, teniendo la chance, con la abundante tecnología, de hacerlo? ¿No es forzar una trama ajustándola a lo que queremos y no a lo que sería más realista?
Cuando lo leí, al reparar en esta falla, se me cayó en pedazos toda la estructura del libro , ya de por si, muy bien comenzado y llevadero.
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